Monday, October 23, 2017

APRENDER A PENSAR

Sir Ernest Rutherford, presidente de la Sociedad Real Británica y Premio Nobel de Química (1908), contaba la siguiente anécdota:
“Hace algún tiempo recibí la llamada de un colega. Estaba a punto de poner un cero a un estudiante por la repuesta que había dado en un problema de física, pese a que este afirmaba rotundamente que su respuesta era absolutamente acertada. Profesores y estudiantes acordaron pedir arbitraje de alguien imparcial y fui elegido yo".
            Leí la pregunta del examen que decía: “Demuestre como es posible determinar la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro”. El estudiante había respondido:
“llevo el barómetro a la azotea del edificio y le ato una cuerda muy larga. Lo descuelgo hasta la base del edificio, marco y mido. La longitud de la cuerda es igual a la longitud del edificio”
            Realmente el estudiante había planteado un serio problema con la resolución del ejercicio, porque había respondido a la pregunta correcta y completamente.
            Por otro lado, si se le concedía la máxima puntuación, podría alterar el promedio de su año de estudio, obtener una nota más alta y así certificar su alto nivel en física; pero la respuesta no confirmaba que el estudiante tuviera ese nivel.
            Sugerí que se le diera al alumno otra oportunidad. Le concedí seis minutos para que me respondiera la misma pregunta pero esta vez con la advertencia de que en la respuesta debía demostrar sus conocimientos de física.
            Había pasado cinco minutos y el estudiante no había escrito nada. Le pregunte si deseaba marcharse, pero me contesto que tenia muchas respuestas al problema. Su dificultad era elegir la mejor de todas. Me excuse por interrumpirle y le rogué que continuara.
            En el minuto que quedaba, escribió la siguiente respuesta:
 “tomo el barómetro y lo lanzo al suelo desde la azotea del edificio, calculo el tiempo de caída con un cronómetro. Después se aplica la fórmula altura = 0.5 por A por Tˆ2 y así obtenemos la altura del edificio”.
            En este punto le pregunte a mi colega si el estudiante podía retirarse. Le dio la nota más alta.
            Tras abandonar el despacho, me encontré con el estudiante y le pedí que me contara sus otras respuestas a la pregunta. Bueno, respondió, hay muchas maneras; por ejemplo,  tomas el barómetro un día soleado y mides la altura del barómetro y la longitud de su sombra. Si medimos a continuación la longitud de la sombra del edificio y aplicamos una simple proporción, obtendremos también la altura del edificio.
            Perfecto, le dije, ¿ y de otra manera?
            Si, contesto, éste es otro procedimiento muy básico para medir un edificio, pero también sirve. En este método, tomas el barómetro y te sitúas en la escalera del edificio en la planta baja. Según subes las escaleras, vas marcando la altura del barómetro y cuentas el número de marcas hasta la azotea. Multiplicas al final la altura del barómetro por el número de marcas que has hecho y ya tienes la altura. Este es un método muy directo.
            En fin concluyo, existen muchas otras maneras. Probablemente la mejor sea tomar el barómetro y golpear con él la puerta de la casa del portero. Cuando abra decirle: “Señor portero, aquí tengo un bonito barómetro. Si usted me dice la altura de este edificio, se lo regalo”
            En este momento de la conversación, le pregunté si no conocía la respuesta convencional al problema (la diferencia de presión marcada por un barómetro en dos lugares diferentes proporciona la diferencia de altura entre ambos lugares).
            Evidentemente, dijo que la conocía, pero que durante sus estudios, sus profesores habían intentado enseñarle a pensar.
“En todas las circunstancias de la vida, antes de actuar se debe pensar cual es la mejor solución”
Referencias
Forero, M. T. (2005). Cómo leer velozmente y recordar mejor. Latinbooks Internacional S.A. Montevideo, Rep. Oriental del Uruguay.

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